Vidas paralelas

Estrellas. Un cielo estrellado. Infinidad de puntos luminosos salpicando la oscuridad inmensa. Estrellas nítidas, vivas, cercanas como no las había visto en meses, años… Tumbado sobre la hierba fresca, solo, con las estrellas brillando de lado a lado del horizonte. Excepto en el norte. El reloj marca cosa de la una y media de la madrugada y, al norte, bajo el horizonte, el sol aún brilla más que ninguna otra estrella y lo hará toda la “noche”.

Tumbado sobre la hierba fresca, sobre la colina que domina el valle salpicado con los brillos rojizos de hogueras y candiles, la brisa nocturna arrastra risas y retazos distorsionados de conversaciones y fiestas. Sonidos que se difuminan y desaparecen, como el resto del mundo, como los pensamientos, en cuanto dejo que la mirada se llene de oscuridad informe y estrellas. Sin puntos de referencia, se pierde la percepción de profundidad. La inmensidad de apodera de uno. El vértigo aligera las entrañas. En cualquier momento, uno puede caer hacia la eternidad y perderse para siempre.

Flotando en la oscuridad, ¿por qué prefiero la soledad, la oscuridad y las estrellas a la compañía, las hogueras y las risas? En el valle acampan dos mil personas. Juegan a vivir como lo hicieron sus supuestos antepasados hace doce siglos. Ropa, comida, utensilios, bebida, todo… El esfuerzo logístico de parecer falsamente auténtico resulta apabullante. Sin embargo, tan impresionante y absorbente como puede hacérsele a uno la experiencia, en aquel momento, prefería la soledad, la oscuridad y las estrellas. ¿Qué lleva a dos mil personas de una docena de nacionalidades, diversos estratos sociales, niveles educativos y edades a travestir sus vidas, a invertir sus vacaciones y sus ahorros en crearse una vida paralela?

Supongo que resulta el escapismo definitivo. Va más allá de la película, del juego de ordenador, del libro, del soñar despierto, del juego de rol, de la fantasía compartida. Va hasta la recreación colectiva de vidas paralelas. Vidas paralelas sencillas, donde uno tiene control sobre todos los detalles, puede elegir su papel en la microsociedad y cristalizar fantasías sobre el ego e identidad propios. Un mundo alternativo con reglas claras donde uno puede prever con mínimo riesgo a equivocarse las posibilidades y consecuencias de cada acción. Una lógica causal satisfactoria por inmediata que elimina incertidumbres cotidianas, esperas y refuerza la autoestima. Añadamos los aspectos sociales y cooperativos — fiestas, comidas comunales, campamentos compartidos — , el componente físico y primario — los combates y batallas — y el espacio creativo — artesanía, indumentarias y narrativas personales alternativas— y nos encontramos ante una vía de escape perfecta para cualquiera que sienta la frustración de una identidad irrealizada, la incertidumbre de la falta de control sobre eventos cotidianos, la resignación ante recompensas que no llegan o lo hace a demasiado largo plazo como para hacernos dormir satisfechos cada noche. Todo resumido y explicado en la máxima que corre de boca en boca por el campamento: 

“Se tú mismo. Y si puedes ser un vikingo, se un vikingo.”

No diré que no disfruté de los cinco días recreando esa vida paralela con amigos y personas a las aprecio y respeto. Pero tampoco diré que la experiencia me agarró de las entrañas y caló en las médulas. La parte satisfactoria e embriagadora la encontré en el reto físico y psicológico de armarte con espadas, cuchillos y lanzas romas, juntarte con cien energúmenos armados de lo mismo y ponerte enfrente de otros tantos que comparten la intención de partirse la mutua madre con educación, cariño y respeto; aunque duela... La adrenalina que te inunda desde que marchas en formación; el estado de flujo en medio de las hostilidades donde tu cuerpo, tu mente, los movimientos de tus compañeros y las reacciones del enemigo se superponen en una harmonía caótica y lúcida; la explosión eufórica de la victoria o la calma reflexiva de la derrota; eso sí se me clavó en las entrañas y me inundó las médulas. El resto, no creo que el esfuerzo logístico de recrear una vida paralela me compensase la satisfacción.

¿Por qué? Supongo que porque en general me siento demasiado satisfecho con el rumbo que lleva mi vida y con la persona que me mira por las mañanas desde el otro lado del espejo. No necesito disfrazarme y escapar a una vida paralela. Supongo que sólo necesito y disfruto del reto físico y psicológico de pelear, de navegar en el caos controlado del combate simulado que durante tantos años ha ido forjándome y templándome el carácter. Los días se me antojan anodinos sin enfrentarme a ese reto visceral que tan a menudo se convierte en metáfora y maestro de las vicisitudes cotidianas…

Quizá por eso, una vez terminado el tiempo de empuñar la lanza, la espada y el cuchillo, prefiriese la compañía solitaria e insondable de la oscuridad y las estrellas… Quizá… O quizá me sobró la cuarta cerveza, tenía demasiado sueño y la echaba de menos…

Antibiographía

Escribiendo, peleando y otras perversiones